Van a dar las 7 de la noche, termina el turno de los policías de crucero. Sobre una calle hay estacionados dos autos, un Tsuru que en su momento fue dorado y un Shadow que quiso ser rojo pero no.
Uno tiene vidrios con una película que los oscurece, pero una ranura en la puerta de atrás. Se ve que no cierra bien. Otro tiene ya varios golpes que dan cuenta de la habilidad del conductor.
Llegan dos policías, se acercan al primer auto, al Tsuru y uno de ellos baja con la mano el vidrio lateral, mete la mano y abare la puerta por dentro, acto seguido se quita la camisola azul, la deja sobre el asiento, se quita la pistola y la guarda en el piso, debajo del asiento delantero. Cierra la puerta (y deja la ventana abierta). Abre la cajuela y saca un aparato que carga baterías.
El segundo abre -con llave- el Shadow, se quita la camisola y la echa para atrás, luego se sienta y jala la palanca para abrir el cofre. Manipulan el motor y la batería hasta que el coche arranca.
Cumplida la tarea, cada uno sube a su auto, en camiseta y el pantalón, es decir, formalmente ya sin uniforme, uno espera que el otro arranque y lo sigue, se van, imagino, a su casa.
Hay momentos en que se nos olvida que los policías, igual que nosotros, son ciudadanos con todos los problemas y las alegrías que vivir aquí dan, que tienen deudas, que se ayudan cuando el auto no arranca, que tienen familia, que les gusta divertirse.
Creo que deberíamos recordarlo con más frecuencia
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