El calor que azota la ciudad me ha llevado, por supuesto, a pedir la terraza al aire libre en cada restaurante al que he ido.
Claro, comer “al aire libre” en terrazas improvisadas sobre banquetas incluye, obviamente, un vaivén de vendedores ambulantes que ofertan todo tipo de productos: dulces, plantas, discos, relojes originales, plantas en peligro de extinción, ramos de flores, blusas, cinturones….
Y también un ir y venir de los otros, los que “defienden una causa” y piden dinero para enfermos de sida, niños huérfanos, chavos que quieren dejar las drogas, ancianos, discapacitados.
O bien las mujeres cargando niños, los hombres encorvados con un trapo en la mano y los discapacitados que ofrecen un trabajo rápido y a medias a cambio de unas monedas, o que simplemente recurren a la injusticia social como motivo más que suficiente para pedir apoyo: “no tengo trabajo”, “nadie me da y no he comido”, “nadie me da trabajo”, o bien, a fuerzas superiores que los avalan: “diosito se lo va a agradecer”, “por la virgencita”, “que dios lo bendiga”.
Y está esa inevitable reflexión automática: “yo soy privilegiad@, debo ayudar”, y uno quisiera ayudar a todos porque aunque sea un engaño o trampa, es obvio que el dinero lo necesitan. Hasta que llega el tercero, cuarto, quinto y concluyes que esto ya es un abuso orquestado por fuerzas ocultas no identificables.
El asunto es que es un problema complejo, existente desde que el hombre es hombre, que aqueja incluso a las naciones más ricas, pero se asume básicamente como una condición humana. Ahí está, así es.
Dentro de los programas de desarrollo económico no hay estrategias dirigidas a la mendicidad porque se considera barril sin fondo, tampoco en los programas sociales. Hay con frecuencia una explotación de un líder vivillo que moviliza a la gente a pedir dinero para ellos y para él, pero erradicar ese abuso implica muchos trabajadores sociales, un territorio poco explorado y definido en la ley, en fin, el limbo.
¿Qué actitud hay que tomar? ¿Cómo reaccionar a la lastimera mirada de un pequeño o un anciano? Porque además, saben exactamente qué expresión, actitud o mirada funciona mejor. Saben incluso qué responder.
La semana pasada un niño se acercó, me contó chistes y me dijo que le gustaba estudiar. Llevamos una plática como de 10 minutos, donde él me decía sus motivos para estudiar y salir adelante y yo lo motivaba a no perder las ganas de educarse. Al final, lo invité a la librería en que trabajo y le prometí comprarle los libros de texto cuando entrara a la secundaria, pero no le dí dinero. Él dijo que sí.
Me quedó la certera sensación de que no lo va a hacer, que me estaba cuenteando. Fue una pérdida de tiempo para los dos. Ni lo convencí ni me convenció.
Tal como la mendicidad misma, esta reflexión no me lleva a ningún lado. No me siento agusto suponiendo que alguien más hará algo, o que me es ajeno, entonces he definido mi propia estrategia, mi target: ayudaré sobre todo a los ancianos…
¿Usted?
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