When I was just a baby my mama told me. Son,
always be a good boy, don't ever play with guns.
But I shot a man in Reno just to watch him die
now every time I hear that whistle I hang my head and cry…
Folsom Prison Blues, Johnny Cash
Hoy es uno de esos días, escucho el silbido. Se acerca la fecha y hay ideas que, casi ineludiblemente, rondan en mi cabeza. Y es que ser historiadora, en estos tiempos, en este país, ha resultado toda una aventura, incluso emocional. Sé que pertenezco a una generación donde domina el descreimiento, los jóvenes nos acercamos (con mucha razón) al proyecto Bicentenario con plena indiferencia y si acaso, un tanto de cinismo. Sin embargo se han abierto también diversos caminos, sobre todo en el plano laboral y experimental, parecía que todos esos “¿en qué vas a trabajar?” y el típico “te vas a morir de hambre” se desvanecían ante mis ojos; por primera vez la historia parecía hacerse de un lugar fuera de la academia, por primera vez la historia consideraba explorar caminos más allá del Times New Roman y se aliaba con las tecnologías más innovadoras. Primero, me entretuvieron las especulaciones creativas (¡lo que podría hacerse con esto!), vino entonces la reflexión sobre tal responsabilidad -¿sé acaso los males que provoco si intento narrar historia?-, luego, pronto, vino la desilusión.
Las fechas conmemorativas son periodos fértiles para fomentar cohesión en una comunidad, en este caso nacional, se procura un lazo entre generaciones, porque la conmemoración habita un tiempo sincrónico, habita el pasado, el presente y el futuro; los amasa para crear sentimiento y memoria. El pasado se llena de discursos retóricos que lo unen al presente, y el futuro parece trazar una línea directa con él: se anuncia un proyecto.
El primer desfile realizado en México para celebrar la Independencia fue el día mismo en que se logró. Iturbide entraba triunfante junto con el ejército trigarante en 1821. Gran fiesta sin duda. Así, cada 27 de septiembre las ciudades festejaban su libertad, por ello resultó un grave error que Iturbide se coronara emperador. Después de exiliar y fusilar a este héroe nacional, los liberales optaron por Hidalgo, como él lo hizo con la Virgen, y por el 16 de septiembre. Ya después como sabemos, Porfirio decidió unir su festejo cumpleañero a la gran celebración nacional. El calendario se convierte también en un lugar de la memoria, muy al estilo de lo que propone Pierre Nora. Y es este el punto álgido de esta reflexión. La conmemoración no es historia, es ideología. La historia es crítica y auto reflexiva. La conmemoración es sentimental y pachanguera. Y creo que en el 2010 resultó incluso irrisoria.
En Nexos se publicó un severo análisis de los costos del Bicentenario, Ciudadanos en red (un excelente proyecto web) lo revisó, lo sintetizó y lo difundió. Quiero compartirles entonces unos datos impresionantes, de esos que provocan una especie de risa-llanto. El presupuesto inicial para las celebraciones se elevó desde octubre de 2007 a julio de 2010 un 5, 843%, con un impresionante total de dos mil 971 millones 600 mil (aunque la suma no corresponde realmente con las actividades, que fue de 1,089 millones 786 mil 654 pesos). Luego, el gobierno federal, conmovido por los arcos que se realizaron en 1910 en las celebraciones del Centenario, decide convocar a un concurso para construir un arco, extrañamente el proyecto ganador resultó ser una torre. Una torre que así sin más se llamará La torre Bicentenario, “es como hacer un concurso para construir un estadio y el que gana es un hospital”, dicen por ahí. A estas alturas, el problema ya ni siquiera es la cantidad de dinero, es la ideología que se maneja en esta conmemoración. ¿Qué proyecto se está planteando detrás de la parafernalia?
En el bicentenario de la Revolución Francesa, surgió una corriente de historiadores que reflexionaban sobre el sentido de conmemorar, hablaron incluso de las ciudades como lugares de memoria y pensaron la relación qué se estaba dando entre pasado, presente y futuro. Aquí sólo hemos visto diferentes versiones animadas de Miguel Hidalgo, con el mismo solemne y remanoseado discurso. Y la pregunta que ronda en las cabezas de varios es ¿qué es lo que celebramos?
“Me quedo confuso con esta existencia doble de la verdad”, bien podría yo decir a nombre del buen Pessoa, pues al final, yo también participé.
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