martes, 10 de mayo de 2011

La relación más perversa

Uno siempre bromea que no hay persona más importante en casa que la chica que asiste en la limpieza. Y que además, es a la que hay que consentir más con tal de que no se vaya....

Mi amiga Mónica está convencida que la clásica de Marco Antonio Solís es para la muchacha de casa y no para el amor de su vida, aquella que dice:

"Te extraño más que nunca y no sé que hacer despierto y te recuerdo al amanecer espera otro día por vivir sin ti el espejo no miente me veo tan diferente me haces falta tu....

...No hay nada más difícil que vivir sin ti sufriendo de la espera de verte llegar el frío de mi cuerpo pregunta por ti y no se dónde estás si no te hubieras ido sería tan feliz"

Pero la verdad es que la relación que hay entre un jefe de casa y una chica que vive de planta es de las más perversas que hay, poco regulada, regida más por usos y costumbres que por derechos y deberes.

Sucede, como en todo, que hay niveles, y aquellas citadinas que tienen un esquema de "entrada por salida" son verdaderas dueñas de su tiempo y de su vida, saben negociar, se cotizan alto, imponen horarios, hacen y deshacen.

Pero hoy me refiero a aquellas que llegan de "mi pueblo" de "ahí del cerro, poco más pa'ca", que uno nunca acaba por saber dónde viven, cómo viven, cómo es su familia, y que de un día para otro les depositamos todo lo que tenemos, nuestra casa, nuestros bienes, nuestros hijos, y ellas a cambio nos dan toda su vida.

No podemos evitar caer en esas conversaciones que las califican por región, por modo, por forma de pensar. "Tráetela de Veracruz, esas sí chambean sin renegar".

O de plano caer en imposiciones que son hasta humillantes, como separar la comida para la familia y la de "la muchacha", o que lave su ropa aparte.

También están las que vienen de familias con poca costumbre de higiene y hay que presentarlas con su nuevo amigo, el desodorante. O todo lo contrario, que son tan pulcras que ellas, para tener el cabello tan sedoso, prefieren usar el jabón Zote.

Y si usted lee con frialdad estos últimos párrafos parecen más de explotación humana que de entendimiento cultural.

Pero luego viene la otra parte, la chica que llega a casa, que primero va a ver si "se halla". Porque puede suceder que apenas uno supone que puede confiar en tener asistencia en casa para ordenar su vida, la chica, en un martes a las 4 de la tarde, diga "señora es que no me hallo" y se vaya.

Los sueldos están regulados al tanteo, las chicas no tienen la menor idea de qué hacer con lo que ganan, viven al día, mandan la mitad del dinero a su casa y la otra mitad lo dedican a viajar a su casa los fines de semana, no ahorran, estudiar ya no es opción; en su futuro, pues, no hay nada prometedor.

Pero aún más, si logramos pasar ese paso inicial de acoplamiento, se vuelven parte fundamental de la familia, influyen en el gusto musical, imponen el sazón, ayudan en la crianza, dan el toque personalísimo cuando, de regreso del pueblo, traen los mangos que cultivan, la tortilla recién hecha, mole, dulces, etc...

Y pueden pasar años, años, donde lo único que evolucione sea el cariño. Uno va confiando más y ellas van ganando terreno. La señora que vivió en casa de mis abuelos llegó adolescente y salió hasta que falleció, hace dos años, aún cuando mis abuelos tienen ya más de cinco años de muertos. Pero la señora se quedó porque era familia.

Falta mucho por regular. Ha habido intentos, asociaciones, pero las chicas recién llegadas tienen miedo de defenderse, no conocen cómo es el mundo, no saben cómo enfrentarlo. Nosotros, que necesitamos de ellas, tampoco se lo hacemos tan claro, porque nos saldría más caro darles un sueldo base y seguro social. A cambio ellas botan el trabajo con una facilidad escalofriante.

Una relación laboral no sirve así a ninguna de las partes, y de ahí que la relación patrón-empleado haya cambiado tanto en los últimos 100 años.

Pero la relación asistenta de casa-patrona sigue intacta, si acaso con ligeros cambios en el modo y el humor pero con poca evolución. Valdrá la pena reflexionar sobre ello hoy que lleguemos a casa y todo esté limpio y en orden y alguien pregunte "¿le preparo su cafecito?"

2 comentarios:

  1. La posibilidad de tener una persona para que nos ayude en el servicio doméstico, es para muchas mujeres que trabajamos un servicio de "lujo" que no podemos pagar y terminamos haciendo la limpieza nosotras, lo mas cercano es el personal que limpia las oficinas, muchos de ellos de la tercera edad, mal pagados, casi nunca los dan de alta en el servicio médico y de sus uniformes ni hablar se los dan de una talla diferente a la que usan y por si fuera poco casi nunca nos tomamos la molestia de preguntarles su nombre y terminan siendo todos (as) el señor de la limpieza.

    La mayoría vive en el Estado de México, dos horas de trayecto de ida y otras dos de venida, mal alimentados y se vuelven invisibles ante nuestros ojos, nos preocupamos más por los desastres en otro lado del planeta y estamos dispuestos a dar nuestra ayuda "a los pobres de un país remoto" y no nos importa que la señora Lupita de 60 años no haya desayunado a las 13:00, o en los convivios de oficina los incluyamos y en la medida de nuestras posibilidades los ayudemos, que a fin de cuentas todos trabajamos y queremos un México mejor.

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  2. Tienes razón, sucede lo mismo con el personal de intendencia, que además, son parte de tu vida diaria pero resbalamos y de repente olvidamos que son nuestros iguales!

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