martes, 6 de abril de 2010

Semáforos en el banquillo


Todo empezó una fría mañana dominguera cuando cambiamos de amores. Se fue la Compañía de Luz y Fuerza del Centro y llegó la Comisión Federal de Electricidad.


El cambio lo padecimos todos en mayor o menor medida: apagones, bajas de voltaje, cobros raros, manifestaciones. No ayudaron ni los fríos ni las sorpresivas lluvias, todo se alborotó.


Los semáforos fueron como el tiro al blanco. De repente uno podía circular por todo Vertiz, desde el Centro hasta División del Norte, cruzando por cuatro ejes y un viaducto, sin una luz verde que nos auxiliara. Se descomponían en cruces estratégicos y dos o tres policías valientes salían al quite tratando de hacerse entender con los automovilistas.


Eso pasó no pocas veces, sin embargo, los semáforos no entran jamás al tema de discusión. Nadie se acuerda de las que sufrió cuando no pudo cruzar una avenida, nadie reclama que no hay semáforos, nadie da explicaciones al respecto.


Es como si asumiéramos que ver semáforos que no funcionan es como ver basureros ecológicos saturados, vendedores en las esquinas o patrulleros estorbando en doble fila. Parte del paisaje urbano.


Quienes nos quedamos los días "santos" por estos lares, vimos que fue común que los semáforos no funcionaran. Yo, con un optimismo que ni siquiera podría justificar, supuse que están en mantenimiento, aprovechando el bajo aforo vehicular.


De todos modos, como en el caso de la niña Paulette, me quedan más preguntas que respuestas.

¿Cómo se elige un buen semáforo?

¿Cuánto se destina a los semáforos, instrumento fundamental en una ciudad de esta magnitud?

¿Qué tan computarizado está el sistema de semáforos?

Y sobre todo, si un semáforo no funciona ¿dónde se queja uno?


¿Alguien sabe?

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